Armarios del Museo Catedralicio


En esta antigua tarjeta postal, quizás de principios del siglo XX, podemos contemplar uno de los dos armarios que se encuentran actualmente en el Museo Catedralicio y que, hasta la apertura de sus nuevas instalaciones en la Casa de la Contaduría, albergaron dos de las  custodias más llamativas del tesoro de la catedral.

Actualmente se exponen como dos piezas más del museo, cerca de las custodias que en otro tiempo guardaron, pero ya han conseguido su propio protagonismo.

La Guía Rosetty de 1891, nos da unos precisos datos del origen de estas piezas. Fueron donadas en abril de 1890; “Por donativo del Sr. D. Francisco Vélez y Carbonell, hecho al Cabildo Catedral, posee ya este dos magníficos estantes forrados de bellos y antiguos azulejos flamencos del siglo XVII, muy propios para la guarda de alhajas”

Lo que más me llamó la atención de esta imagen es que -seguidamente explicaré por qué- tras la custodia llamada “del Millón”, se podía observar esa curiosa decoración de azulejos de Delft que tienen estos armarios interiormente.

No sé exactamente cuándo se taparon estos azulejos, quedando tapizado el interior de los armarios con tela de damasco rojo. Existe una publicación turística titulada “Guía Turística de Cádiz y Provincia” publicada por Iniciativas Turísticas Españolas, en 1966, donde aparece una foto del otro armario, con la custodia de Ana de Viya, y todavía puede verse su fondo de azulejos. 


El caso es que una vez tapados y pasadas algunas décadas se perdió la memoria de su primitiva decoración. No deja de resultar curioso cómo al restaurarlos en el año 2000 para la inauguración del museo, el descubrimiento de los azulejos resultó todo un hallazgo que causó gran sorpresa y así lo reflejó la prensa. Claro que, pensándolo bien, después de estos doce años, ahora ocurrirá al revés, ya lo mismo nadie se acuerda de que estuvieron ocultos bastantes años.

De todo esto quizás se puedan extraer varias enseñanzas. Creo que una de ellas podría ser que si “tapamos” nuestro pasado -nuestra historia-, no lo enseñamos correctamente o no lo divulgamos, en poco tiempo se olvida lo que realmente ocurrió. Las generaciones venideras no lo conocerán, es decir, para ellos no existirá. Así de frágil es la memoria. Y no siempre se puede tener la suerte de que algo o alguien pueda volver a poner las cosas en su sitio.

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